20121127

De mi luz mueren Los Quijotes

Y clama la luna ausente, el dolor
de sus lágrimas sin poder caer, de su corazón
abierto y sediento de luz,
y el cielo muere y despierta de las sombras
a los feroces cristales del viento,
y donde todo parece ser transitoria soledad,
nacen fervientes los dilemas de maldad,
de sonrisas con sutil melancolía,
heridas que se cubren de vendetta transitoria
con el nombre de un altruista breve,
por abrazar el viejo castillo que no me pertenece,
mueren los nobles con pinta de engolados caballeros
de melena sin sabor,
y el palacio donde habita la luz brillante que enciende
mi oscuridad,
me mira con jubilo empañado pues
mi camino lejos de ella es imperecedero
y yo casi nunca muero,
y si caigo,
siempre estoy de pie,
y el viento canta,
y el cielo duerme,
y tú, ruin usurpador, vives y mueres de lo que
yo no tengo,
de lo que yo respiro.


20121122

A veces no sé lo que escribo, pero siempre es de ti

Le he prestado mis sueños al tiempo y me he dado cuenta que ha pensado no devolvérmelos  y así, taciturnamente, me encuentro agonizando en mis oscuras ganas de despertar sin dormir y de vivir sin poder respirar, con angustia de momentos inertes, muertos como los suspiros del viento, ahí ahogados como recuerdos de algo jamás vivido  Y mientras me sofoco en mi mas vaga sonrisa, me vuelvo un autómata con corazón de acero, acero envuelto en tus manos, rescatado de la ausencia de historias sin verso, y tu, tan náufraga de sentimientos, permaneces en mi sombra temerosa, y yo al ser tan célebre soñadora, vuelvo al refugio de mis cuentos, a esa isla que parece nido, y muero en los brazos de morfeo, soñando de nuevo, contigo, con tu falta en mi.  Y el tiempo no me abraza, y cabe resaltar que tu tampoco, es al final, eso poco de tu parte que una vez me tuvo, que aún me mantiene y hoy como ayer, me olvidó. 

20121103

La Noche Buena de Claudio (Elia Alvarez del Villar)

Eran las nueve de la noche del día 24 de diciembre cuando Claudio volvió a su casa, un cuartucho ubicado en una de las sinuosas calles de El Porvenir.
Era el hermano mayor de los ocho hijos que tenía su madre. Su padre lo abandonó antes que él naciera. Claudio había cumplido ya los nueves años. Esa noche tenía puesta una camiseta, desteñida y llena de agujeros, los pantalones habían perdido también su color, por el uso y los remiendos. El chico estaba temblando como una hoja. El miedo lo sobrecogía. Parecía de esos perritos asustadizos que tiritan ante el ruido de los cohetes. Tenía una bandeja de lata de debajo del brazo y sus ojos estaban llenos de lágrimas. Atisbó por una rendija de la puerta de cartón mal claveteada, y vio a su padrastro sentado en la banca con un vaso en la mano y varias botellas vacías sobre la mesa. Estaba ebrio, como de costumbre , en compañía de dos hombres. El corazón del chico palpitó con fuerza, como un pajarito que quisiera escapársele del pecho. Tenía miedo hasta de respirar. Permaneció indeciso un instante junto a la puerta, hasta que se decidió  por fin a entrar. Su padrastro al verlo no pudo contener la cólera.
- ¿De dónde vienes a esta hora, so granuja? ... ¿ Qué cara es esa? ¿Dónde está el dinero? ... ¡Hijo de tu madre...! Y otras palabras más le dijo.
Y como el chico callaba le interrogó de nuevo, con dureza: -¿Dónde está el dinero? ... ¡maldito! ... ¡responde! ... so m...
Entonces, Claudio habló entrecortadamente, casi llorando:
-Yo estaba en la puerta del Coliseo... en la bandeja quedaba solo una papa rellena... un muchacho me pidió que se la vendiese ... cuando se la había ya comido y le reclamé que me pagase, se acercaron tres muchachos más... me golpearon la cabeza... me cogieron de los brazos... metieron sus manos en mis bolsillos ... y se llevaron la plata...
-¿Y tú qué hiciste, pedazo de imbécil?...
- Yo grité, pero nadie me hizo caso ...
-¿Pero, es que acaso la calle estaba desierta?
- Había unos hombres, pero estaban lejos y tal vez no me oyeron.
-¿Crees que me voy a tragar ese cuento, so mal nacido? ...¡Lárgate ca....! y no vuelvas a asomarte por aquí sin el dinero porque te rompo el alma!... Y sin que Claudio lo advirtiera le tiró con todas sus fuerzas un botellazo en el hombro que le rompió la arteria del cuello, que le hizo sangrar y estremecer de dolor.
EL chico salió llorando sin saber a donde ir. Llegó a la carretera. Los ómnibus que hacían servicio a Trujillo estaban repletos de gente, y además él no tenía ni un centavo para pagar su pasaje. Al pie de la pista estuvo mucho rato: sus ojos se cansaron de ver faros encendidos que iban y venían, llantas incansables de rodar sobre la pista asfáltica y el viento fresco que ya le estaba enfriando los huesos... Hasta que un buen hombre le hizo subir a su colectivo un tanto destartalado. Bajó en una de las calles céntricas de la ciudad. ¿Dónde encontraría a los que le habían robado su dinero? ...¿se lo devolverían si él les contaba toda la verdad, de que lo habían botado de su casa por no haber llevado el producto de la venta?
Claudio caminaba por una calle y por otra como un autómata. Veía por su lado a infinidad de personas: hombres, mujeres, niños, ancianos... unos iban y otros venían. Las calles hacían gala de sociabilidad y concurrencia. En las esquinas, canastas repletas de panetones de Pascua con almendras dulces y pasas sin pepa... ¡qué provocativo era todo esto!... ¡qué bien olía!... pero qué trágico que resultaba para el estómago vacío de Claudio... ¡Qué felices deben ser los niños que tienen siquiera, un pedazo de pan para su hambre! pensaba, mientras tragaba saliva y seguía de largo.
Estacionados en las plazuelas y a los largo de las veredas veíanse a los vendedores ambulantes de juguetes... él nunca había disfrutado la dicha de tener uno... ¡y son todos tan bonitos!... suspiraba...
Había oído contar a las vecinas, que en la Noche Buena los niños escriben al Niño Jesús, y dejan sus zapatitos sobre la ventana para que les pongan juguetes. Pero él no conocía a ese Niño Jesús... ni sabía escribir...ni tenia zapatos.... ni tenía ventana... Y recordó su casa, un cuarto inmundo, en donde dormían amontonados todos los hermanos sobre una estera grande, y su madre... y su padrastro..., y en donde se ahogaba de calor cuando llegaba el verano porque no había ninguna ventana ni respiradero, y en donde se morían de frío con la llegada del invierno por lo delgado de las paredes, y es porque la lata y el cartón no guardan abrigo en esa época, Recordó los gritos de sus hermanos al ser despertados a latigazos cuando venía borracho el que se decía jefe de la familia....Una ola de tristeza lo invadió. Pero no quiso pensar más, y siguió caminando por las calles vestidas de fiesta.
En la esquina, un remolino humano se agolpaba en gran algarabía; al centro, un kiosko adornado de globos y juguetes, pero su alegría fue grande al ver colgado un avioncito de cuerda en actitud de vuelo, y ya no pudo más, llevado de entusiasmo infantil acarició con emoción mal contenida el juguete que tanto le había impresionado. En ese instante se oyó una palabrota y un ¡largo de aquí, ladrón!... Y de un empellón, Claudio fue a dar en medio de la calle. El muchacho tambaleó y se arrastró llorando, como se arrastraba un animalito herido. Estaba agotado. Le sangraba el hombro, y el cuello le dolía horriblemente. Como pudo, empezó a caminar . En mitad de la cuadra se detuvo. Sus piernas se negaban a dar un paso más. Se sentó en el suelo, se recostó junto a la ventana de una casa y siguió llorando inconsolablemente, mientras las campanas de las iglesias se echaban al vuelo jubilosas, ignorantes de su tragedia, y mientras los fieles acudía presurosos  a los templos olorosos de incienso y desbordantes de luz.
En ese instante, Claudio sintió el más tremendo de los desamparos, se sintió abandonado y solo en medio de la noche: arrojado de su casa a botellazos... hambriento, tratado de ladrón... estrujado por un hombre que le hizo sangrar su herida sólo por acariciar un hermoso juguete... ¡Qué malos son los hombres!, pensaba, pero... ¿es que así será la vida? Y cansado de tanto llorar teniendo por alcoba una vereda fría y por solo testigo un cielo deslumbrante de estrellas, se quedó dormido. Y soñó. Soñó que una gran luz lo cegaba... Y luego vio en medio de esa luz, una cuna de paja, Y dentro de la cuna un niño que se incorporó al verlo y le sonrió largamente. Luego el Niño bajó de la cuna, se le acercó y con sus deditos le limpió las lágrimas y le volvió a sonreír. ¡Qué tierno fue todo esto!
Luego le dio un beso en el brazo herido y lo condujo a una hermosa pradera bordeada de flores bellas donde pastaban tranquilamente una vaquita y un buey, los dos amigos preferidos del Niño.
Después lo llevó a la ciudad de los juguetes: allí había trencitos de todos los tamaños, autitos de todas las marcas, payasitos de todos los colores, pelotas grandes y chicas, bicicletas, patines, caballitos para pasear... Luego le mostró muchos, pero muchos avioncitos de cuerda, y le dijo: "son tuyos, juega con ellos". Claudio desbordaba de alegría. Ya no le dolía el brazo. Ya no se acordaba del pasado. Era feliz, inmensamente feliz, tenía no un avioncito sino muchos que el Niño le había regalado. Después lo llevó a una mesa servida las mejores pastas, chocolates y bizcochos y le dijo: "escoge y come lo que te guste". Claudio comió hasta saciar su hambre, nunca había probado dulces tan deliciosos... El Papá de este Niño debe ser muy bueno y muy rico, pensó: "si mi Papá no se hubiese olvidado de mi, estoy seguro que también me habría comprado juguetes y muchos bizcochos como estos" suspiró Claudio.
A lo lejos oyóse el tañido de una flauta y misteriosamente comenzaron a hacer su aparición muchos ángeles, Claudio nunca había visto de cerca a un ángel y se llenó de asombro. Eran niños resplandecientes. Ellos sonrieron y de la mano se lo llevaron a jugar. Mucho rato jugaron en toboganes de cristal y columpios dorados. se trepaban por las estrellas grandes. Se montaban en sus puntas como si estuviesen en caballitos de madera, Cogían con sus manos los pequeños luceros regados en los jardines. Se acostaban de espaldas en las nubes de algodón y se dejaban llevar en las alas de los vientos. Pero mientras estaban entretenidos en sus juegos, comenzaron a sonar las campanas del cielo y se escucharon campanas de todos los templos de la tierra.
Hicieron su aparición los apóstoles, los patriarcas y profetas del antiguo testamento, los santos  y los mártires de todos los tiempos... Y miles de ángeles con sus alas de plumas y trompetas de cristal entonaron el aleluya más hermoso que han escuchado los siglos...
Claudio estaba confundido. Presentía que un poder misterioso había en todo esto, y ya no pudo más, en un arranque de coraje le preguntó al Niño; ¿"Y tú quién eres"? ... El Niño le contestó: -"El mejor de tus amigos": "Desde hoy serás mi hermanito predilecto y mi Padre será Padre tuyo también para toda la eternidad" ... luego le tendió los brazos y lo estrechó contra su pecho. Claudio no pudo contener la emoción y dos lágrimas de felicidad rodaron por sus mejillas mientras su labios de niño triste, sonreían.
A la mañana siguiente del día 25 de diciembre, dos policías que hacían la ronda dieron cuenta a los periódicos locales sobre la muerte de un chico, en plena vía pública. Posiblemente-dijeron- se trata de un ladronzuelo que al querer penetrar por una ventana para robar, ha roto la luna hiriéndose él mismo la arteria del cuello por donde se le ha escapado la vida. Lo raro, ha dicho los policías, es haberlo encontrado con el rostro iluminado por una luz extraña. Parecía muy feliz.
Y los guardadores del orden no pudieron dormir varias noches, pensando en la carita sucia, radiante de dicha, del muchachito muerto.